domingo, 31 de agosto de 2008

Según pasan los años

Marta estaba terminando de pasar el plumero a los muebles del living cuando su amiga, Graciela, tocó el timbre. Hacía bastante tiempo que no se veían, y los años no se habían portado bastante bien con sus rostros pese a las cremas y demás cuidados dermatológicos. Sería difícil enfrentarse con esas evidencias del correr del tiempo en las caras, máxime teniendo en cuenta la cantidad de años que habían pasado desde la última vez que se habían visto.
El encuentro fue emotivo, lo suficiente como para dibujarse en sus caras una gran satisfacción, una alegría que las condujo a un fuerte abrazo. Comenzaron a ponerse al día mientras preparaban un té y abrían el paquete con masitas que Graciela aportara gentilmente a escondidas de su régimen estricto.
La conversación fue derivando de temas banales como ropa, lujos y dietas a temas más escabrosos como cuestiones de las vidas de cada una, hasta que finalmente la pregunta que en algún momento iba a aparecer salió a la luz.
-Marta, ¿qué pasó con Carlos al final? ¿Salieron?
-Jajajaja, qué memoria que tenés para esas cosas... No, no iba a pasar nada. Decidimos quedar como amigos, pero la verdad es que hace bastante que no hablamos.
-¿Decidieron? ¿En acuerdo conjunto? -Su voz fue lo suficientemente socarrona como para generar una cierta molestia en su amiga.
-Era eso o nada. Le dejé en claro que lo quería como amigo. Pero esto fue hace un montón, por lo menos hace quince o veinte años... mirá, si yo me casé hace dieciocho, tiene que haber pasado como veinte años...
-Nunca entendí por qué no probaste de salir con él. Tipo inteligente, gracioso, buen mozo, es buen mozo, no me pongas esa cara.
-Sí, sé que no es feo, pero no era mi tipo... Yo soy de preferirlos morochos y de espalda lisa y ancha.
-Me acuerdo que estaba perdidamente enamorado de vos -la cortó mientras alejaba la taza del platillo y se la llevaba a la boca-. Todavía me acuerdo esa pintura que hizo para vos. -La buscó colgada en alguna pared. No la encontró y supuso que sería ridículo que la tuviera colgada, al margen de la belleza de aquel cuadro.- Era muy sencillo y macanudo...
-Es que a veces, Gra, no alcanza con todo eso. Se necesita algo más, un toque mágico, esa química necesaria para que pueda pasar algo. Y con él no me pasaba. La pasaba re bien, y si a veces nos visita, que todavía cada tanto lo hace, pasamos buenos momentos, pero no podría pretender más que eso.
-Pero, ahora que mencionás lo de la química, entonces le diste una chance... ¿Alguna vez estuvieron juntos?
-Ya te dije que no, Gra. Sos dura, eh...
-Y entonces, ¿cómo estás tan segura de que no había química? La química la podés analizar si habiendo pasado un tiempo con él notaste que no te generaba la atracción de la que me hablás, pero así, sacado de la galera, suena como un argumento un tanto caprichoso.
-Bueno, entonces considerá que no quiero estar con él por capricho, y ya.
-No te enojés, querida, yo la verdad es que hablo también por ese sueño de conseguir a alguien así que me quiera de esa manera, que piense de ese modo en mí, que cada encuentro, cada salida, cada día de la convivencia sea un desafío para sorprenderme. En cambio, mirame, ya pasé los cincuenta, estoy en el ocaso de mi vida, sola, teniendo relaciones de semanas o peor, de una noche, sin un compañero de emociones, de planes, de las vivencias diarias. Te voy a confesar algo. ¿Te acordás de Luis?
-Luis... -Fingía hacer memoria. Lo recordaba claramente.- Luis... no... ahhhh, sí, ese que estaba enamorado de vos... pero hace muchísimo de eso...
-Sí, ese mismo. Hoy todavía me arrepiento haberle dicho que no. No era físicamente atractivo.
-En lo más mínimo.
-Y sin embargo, era un pan de dios, además de culto, y es más, era como un artista de las cosas ínfimas de lo cotidiano, dándole esos toques a la vida que muy pocos saben notar y disfrutar. Y yo todo eso lo dejé pasar, y por qué, porque no era tal vez tan lindo como yo hubiese querido. Pero fijate vos, no era deforme, tenía dos ojos, dos orejas, una boca, brazos y piernas, no era un tipo obeso ni un raquítico insulso... Y sin embargo, no supe ver más allá de la imagen, esa imagen que a la larga y por el paso del tiempo va a cambiar, del mismo modo que la nuestra. -Se quedó pensando y comenzó a reírse sola de la ocurrencia que acababa de tener. No tardó en comunicársela a su amiga.- Es gracioso, fijate que los bebés cuando nacen son todos muy parecidos, después se van a ir transformando en individualidades perfectamente identificables unos de otros, ahí es cuando nos ponemos exquisitas, y decimos "este sí, este no", y finalmente con la llegada de la vejez, todos se vuelven a parecer otra vez, como en sus inicios, y descubrís que generalmente son todos pelados, panzones, arrugados o todo encorvados. Si hubiese sabido apreciar esa belleza interna de Luis, ese esfuerzo que ponía en mí en todo momento, esa seguridad que me hubiese dado al saber que me sería fiel, y como te decía, ese esfuerzo, ese empeño que habría puesto cada día con el fin de enamorarme y sorprenderme, hoy las cosas serían tan distintas...
-Me parece que estás muy peleada con la vida. Relajate un poco. Estás pensando un ideal, algo utópico, que nunca pasó ni va a pasar.
-Me estoy yendo de este mundo sin haberle dado la chance de que me sorprendiera. Eso es lo que me molesta. Me negué en un capricho, en una suposición de que las cosas no funcionarían. Y a la vez me parece tan parecido a lo que te pasó a vos con Carlos que... no sé... Tal vez no hice bien al haberlo traído a colación... Al fin de cuentas, nuestros casos son casos distintos. Vos estás casada con alguien que seguramente cubrió tus expectativas, te hace feliz a diario y sentís esa química de la que me hablás y esa belleza que yo no supe apreciar en el tren que no quise tomar, el de Luis.
Marta no dijo nada. Terminó su masita en silencio, y tomó el último sorbo de su té. No estaba feliz, y se preguntaba para sus adentros para qué mierda la había invitado. Se dijo que ella estaba bien, que lo que le había pasado a su amiga no era su caso, como bien había podido apreciar ésta a último momento. Estaba cómoda, estaba bien con su marido. Lo quería. Se preguntó en su cabeza si lo amaba pero por alguna cuestión no pensó en la respuesta. Era evidente que debía amarlo porque sino no habría estado tanto tiempo junto a él ni le hubiese dado tantas oportunidades como las que le dio en los veinte años que vivieron de casados.
El silencio comenzó a incomodarlas, por lo que intercambiaron un par de frases sobre decoración, feng shui, y buenas y malas ondas en la casa como para poder romper el hielo que la pregunta inicial había traído al living de la casa. Y mientras Graciela, sutilmente comenzaba a levantarse con el objetivo de ir cerrando el encuentro, la puerta de la casa se abrió y entró Marcelo, el esposo de Marta. Efectivamente, tenía poco pelo, ya bastante grisáceo, panza de asado y cervezas y un cansancio en los ojos que demostraban que el tren de la vida sencillamente se lo había llevado puesto. Mecánicamente arrojó su sobretodo arriba de un sillón, repitió la acción con el maletín y estando a punto de sacarse los zapatos advirtió que había visitas.
-Hola -murmuró con cara de pocos amigos. Cuando vio el rostro de Graciela al darle un beso, un destello cruzó su mirada.
-Hola, ¿qué tal? Graciela.
Se quedaron en silencio mirándose. Intercambiando pensamientos que los dos supieron entender.
-Bueno, Martita -dijo un poco inquieta Graciela.- Yo me voy yendo. Fue un gusto verte de nuevo.
El beso de despedida no tuvo ni una pizca de la emoción que tuviera el abrazo del reencuentro. Y ya no había satisfacciones dibujadas en ninguna parte de sus rostros.
Graciela no supo si realmente actuó bien o si debió haberle hecho saber a su amiga que había visto a su marido de trampas un jueves a la noche en un boliche para adultos, y que había pasado una noche con él en un cuarto de hotel. Tal vez su amiga supiera que su marido le era infiel, o al menos lo supusiera, pero era la vida que ella había decidido elegir. Cada una a su manera habían tenido la opción de escoger, y lo que estaban viviendo a esa altura de sus respectivas vidas era el resultado de la elección. Ya las cosas no se podían cambiar, y si se podían, ya no tenían el mismo espíritu adolescente y aventurero de sus épocas de gloria.
Una vez fuera de la casa, Graciela se alejó caminando por calles oscuras rumbo a su departamento, silbando con cierta melancolía la melodía de "As time goes by".

domingo, 10 de agosto de 2008

La necesidad

Se sentó ante la mirada atenta de ella. Le llamó la atención que hubiese llegado tan temprano. Nunca llegaba temprano. Las copas sobre la mesa indicaban que estaba desde hacía rato sentada en esa silla. Ella, cruzada de piernas, jugueteaba con un cigarrillo apagado entre los dedos. Varias veces la había oído decir palabras horribles contra la ley que le prohibía fumar en los restaurantes.
Luego de acomodarse, levantó la vista para verla. Lo miraba. Fijamente lo miraba. Se sintió diminuto ante aquella imagen imponente, frente a sus ojos que se hundían en el oscuro abismo de su alma, en los labios carmesí ya desteñidos de besar las copas y hombres serios y poco románticos.
-¿No llegué tarde, no? -murmuró mientras acercaba su muñeca a la cara para ver la hora, fingiendo desconocerla.
-Sabés que no. Sos más puntual que un ferrocarril inglés -le respondió. Su aliento olía a whisky.
La miró con detenimiento. Su voz agresiva por la ebriedad, su cabello despeinado, sus ojos, único resquebrajamiento en la muralla infranqueable que había logrado construir para impedir que alguien pudiera acceder a su alma, tristes, y su silueta, no tan maravillosa como quizás lo había sido en otros tiempos, pero fascinante de todos modos. Cómo lo deslumbraba esa mujer, así imperfecta y todo, había sido el centro de su vida y sus preocupaciones los últimos años, desde el momento en que la había conocido, desde aquella vez que lo había contratado para fotografiar una infidelidad.
-No estás bien, ¿pasó algo?
-No me pasa nada.
-El lameculos te tiene podrida, ¿no? Yo te avisé.
-No lo llames así a Gastón. Además no tiene nada que ver con esto. No es como Victor.
-Nunca dije que lo fuera. Son dos gusanos, pero cada uno a su manera.
-¿Por qué te molesta tanto que salga con Gastón?
-Porque no es para vos. No estás bien con él. Desde que salís con ese tipo estás hecha una vieja chota y todo lo que tenías de juvenil, tu espíritu divertido y alegre, ahora está muerto, y necesitás divanes para consolarte por la pérdida. Antes, cuando eras libre, vivías a tu modo, sin oír comentarios ni aceptar limitaciones, y eras un gato salvaje que no le rendía cuentas a nadie. Ahora buscás felicidad en la mierda que elegiste y te estás dando cuenta, de a poco te estás dando cuenta, de que no hay felicidad, sólo mierda.
-¡Basta! ¡Callate, querés!
Él le hizo una seña al mozo y le pidió un fernet bien cargado. Quedaron en silencio, él mirándola, ella buscando explicaciones en su pollera que le permitieran refutar lo que acababa de oír.
-¿Para qué me llamaste?
-Quería verte. Hace mucho que no nos hablamos. Me sentía sola.
-¡Nos vimos el fin de semana pasado!
-Andate a cagar. -Él se levantó y comenzó a vestirse, mientras que ella, sin inmutarse, siguió todos sus actos con la mirada. Se puso el sobretodo y caminó hacia la puerta de la calle. Entonces, dándose cuenta de que realmente se iría del bar, lo corrió y lo tomó del brazo. Al verse frenado, la miró a la cara. No le dijo nada. Ella lo miró con sus ojos tristes, ajados por el error, por la negación, por el rechazo a oírse a ella misma por sobre los comentarios de los demás. Y él no requirió de muchos más reclamos. Se detestaba por amarla tanto, y sus represiones a sus sentimientos tenían límites. Los ojos de pena en su rostro de lágrimas invisibles le quitaban toda clase de autonomía. Él lo sabía, y sabía que ella también lo sabía. Y eso le molestaba. Lo peor de estar enamorado es el hecho de saber que uno es un prisionero voluntario. O peor aún, un prisionero que no lo detienen barras de acero, sino su misma mente.
-¿Querés que me siente? -Ella asintió.
-Hace mucho que no me hablás de vos.
-No tengo nada que contar. Y no me jacto de ello. Estoy solo y amargado.
-Eso me gusta. Hablar con vos me pone en mejor estado porque estás peor que yo.
-No sé si putearte o saltar sobre tu cogote.
-Me gustaría verte en mi cogote.
-No me desafíes.
-No tendrías huevos, corazón.
Alguien puso una moneda en la rockola y empezó a sonar un rock. Ella se levantó y lo empujó lejos de la mesa y empezó a bailarle. Si estaba seguro de algo era de su pésima forma de bailar. Ella, en cambio, qué manera de moverse, desplegaba su artillería de sensualidad y le daba colores a toda la vida gris de su compañero. Cómo la deseaba, así, desgastada por los años como estaba, no le importaba, de hecho, le gustaba más todavía. Lo apuró tomándolo de la mano. Quiso zafarse, pero no pudo. Lo tenía bien agarrado. Y le bailaba y jugaba con él.
Sonreía. Él se dio cuenta de ello. Era feliz, estaba contenta. Su sonrisa cínica brillaba hermosamente en sus labios, y sus ojos misteriosamente rejuvenecían a cada segundo que pasaba bajo las influencias del baile que desplegaba. Él arriesgó unos pasos imitando a los muchachos que bailaban a su lado. Pero se enredaba los pies con facilidad y tropezaba con habitualidad. A cada paso mal hecho ella reía más y más. Tal vez fue eso lo que lo envalentonó para, payaseando, acercarse más a ella. Acercaron sus rostros, y al momento en que avanzó, ella con delicadeza acomodó su mejilla y le dijo al oído:
-Sos el rincón de felicidad de mi alma. No quiero que me lo arrebate.
Bailotearon un poco más, ya cada vez con menos ganas e intensidad. Al poco tiempo estaban nuevamente en la mesa, mirándose.
-¿Por qué no puedo tener la posibilidad?
-Difícil de explicar.
-Creo que se acabó mi noche... tu papanatas anda dando vueltas cerca de la puerta.
Ella se dio vuelta y, al verlo fue hacia él, y lo besó en la boca. Él apuró el fernet, se puso el sobretodo y salió a la calle. Otra vez la había dejado jugar con él, y el resultado volvía a repetirse como en los últimos años. Si supiera todo el daño que causa, ¿lo seguiría haciendo? Por las dudas no se lo iba a decir. Al menos guardaba esperanzas, lo único que nunca nadie logró quitarle. Ni ella. Se fue a dormir pensando que la vida tiene muchas contradicciones pero que las aceptaría siempre y cuando ella lo siguiera necesitando.

martes, 5 de agosto de 2008

AVISO

ferchum.blogspot.com les informa que se está trabajando para normalizar el servicio.