domingo, 17 de febrero de 2008

La primera audiencia

La primera vez que me avisaron que iba a tomar una audiencia me preocupé bastante, pero a medida que fui advirtiendo que todavía faltaba demasiado tiempo para que llegara aquel día, me desentendí como quien deja la pava en el fuego sabiendo que está muy cargada y que la hornalla no calienta a la velocidad que debería. Obviamente, las peligrosas consecuencias a ese "dejarse estar" del ejemplo de la vida cotidiana fue justamente lo que me ocurrió cuando, recién llegado de las vacaciones (y muy de casualidad, por cierto) advertí que la audiencia que me habían designado para tomar estaba a una semana de distancia. Y no solo eso, sino que además no había audiencias previas a las que pudiera asistir a modo de instrucción.

Imagínese quien no estudia Derecho, o quien estudia y jamás lo ejerció, qué entiende por "audiencia", y pueden creerme si les digo que yo entendía lo mismo. Podía definirlo como: "Reunión a la que asisten las partes de un proceso, y el juez o algún miembro del tribunal en su representación con el fin de cumplir una etapa del juicio, pudiendo ser la búsqueda de que las partes concilien -es decir, lleguen a un acuerdo, evitándose los gastos del proceso-, la apertura a prueba del expediente, la toma de declaraciones testimoniales, etc" o de la siguiente manera "Audiencia: es la amiga del cronopio viajero, que tiende a acompañarlo a buscar hoteles ya ocupados y a comprar pasajes ya vendidos", y cualquiera de las dos respuestas podría haberlas considerado correctas.

En consecuencia, mi primer paso fue tomar el expediente. Eso no me costó demasiado, ya que lo tenía sobre el escritorio (me lo habían dejado antes de las vacaciones para que ya lo fuera viendo). Evidentemente las intenciones eran que mi descanso no fuera tal, pero gracias a mi bendita "negligencia", el hecho de que decidiera leer el expediente con posterioridad al receso veraniego me dio el ansiado descanso sin inconvenientes de ningún estilo.

Una vez que terminé de dar una primera lectura veloz del caso, llegué a la conclusión de que no entendía ni jota de lo que ocurría en la causa. Tuve que leerlo reiteradas veces, y encima sabiendo que a cada lectura perdía un tiempo valiosísimo para hacer otras labores también de gran importancia. Finalmente, cuando más o menos tuve una idea, decidí que lo mejor sería dejar que se asentaran los datos adquiridos, y me digné a hacer otras cosas.

El tiempo fue pasando hasta que finalmente llegó el día anterior a la audiencia, momento en que el juez me mandó llamar y, para mi sorpresa, me puso a prueba. Comenzó preguntándome qué tipo de juicio era, qué se reclamaba, qué argumentos habían esgrimido las partes, qué prueba habían ofrecido, y yo, entre el esfuerzo hercúleo de recordar los detalles que podía y los nervios de quien se sienta en un oral a rendir un parcial, iba contestando mientras sudaba la célebre "gota gorda". Luego el juez me dio un par de pautas, a nivel general, para las audiencias venideras (puedo confesar que no llegó a ser un chascarrillo, pues me encontraba bajo el manto protector de la "primera vez"), y un par de indicaciones para la audiencia del día siguiente.

Al salir del despacho, la secretaria privada me entregó una hoja con tips a tener en cuenta a la hora de tomar una audiencia, como el pedir los documentos de identidad de cada persona y controlar que los datos del expediente fueran similares a los del DNI, por ejemplo. De paso aprovechó para decirme que quería ver el boceto de la audiencia.
- ¿Cómo el boceto de la audiencia, si es mañana...? -atiné a decir casi con tono burlón.
- ¿No preparaste todavía el boceto, en base al modelo que tenemos? -murmuró melodramáticamente.
- No, no sabía que había que hacerlo... tampoco sé quienes van a venir y quienes no... ¿como voy a prepararlo? -Si bien no se lo dije, pensé para mis adentros: "estudio abogacía, no tarot, numerología y astrología". No terminaba de comprender lo que me pedía. ¿Acaso comenzaba a vivir en un proceso kafkiano, mezcla de pesadillas con realidad, donde nada tiene sentido, y todo es una gran falta de sentido común?
- Anotalos a todos y de última mañana los borrás si no están. Y completá las pruebas ofrecidas, y... -me indicó todo lo que debía hacer- ... y traémelo así lo vemos. Dale, te espero acá.

Eso último indicaba que tenía que hacerlo para ese mismo día. Consulté mi reloj. Eran las 15.30 aproximadamente, es decir media hora más allá de mi horario, de modo que refunfuñando y pensando "esto sí que Pedro Picapiedra no lo toleraría", volví a mi escritorio, y de la manera más veloz que pude completé el modelo con los datos del expediente, y transcribí lo que sería una audiencia sin sobresaltos, en la que se presentaran todos, no faltara nadie, y todos fuesen felices y contentos y se alegraran de verse las caras, así los hubiesen cagado con el sueldo que les pagaban a los que habían iniciado el reclamo. Y nadie se oponía a ninguna prueba y todos por poco aplaudían de la emoción cuando terminaba el acto en cuestión. Solo quedaba en esa idílica audiencia completar los datos de un perito solicitado por la parte actora. Luego de un par de correcciones pude felizmente irme del Juzgado y seguir mi vida.

La noche previa a la audiencia fue una pesadilla. Imágenes de un juez enfurecido haciéndome preguntas sobre el expediente, abogados satánicos practicando ritos siniestros mientras yo, sin saber qué hacer miraba preocupado, los no abogados (también conocidos como desconocedores del derecho o las partes) reventándose las jetas a mano limpia. Y yo ahí, en plena desesperación, sufriendo, con los DNI de todos en la mano y diciendo: "Bueeeeeeeeeno, a ver si nos calmamos un cachitín, por favor... no, no, no me rompás el expediente, a ver si lo soltamos... ¿qué ganás haciendo eso? Cálmense, chicos, por favor...". Despertar, así fueran alrededor de las cuatro de la mañana, fue lo mejor que me pudo pasar. Intenté no pensar en eso al volver a acostarme y en ese segundo intento concilié el sueño perfecto, ese a través del cual uno realmente logra descansar hasta que el maldito despertador, siempre tan inoportuno, comienza a chillar como marrano. El fantasma de la audiencia se acercaba a pasos agigantados.

Llegué al juzgado. A medida que se iba acercando el horario establecido sentía como los nervios me comenzaban a traicionar, y en pocos minutos me había convertido en un temblor andante. Decidí acelerar mi rutina mañanera, o mejor dicho reducirla lo más posible para así tener un tiempo para releer todo el expediente, solo por si se presentaba algún inconveniente. Y una vez terminadas las tareas que debía realizar, tomé el expediente y me dirigí a la sala de audiencias, para estar en soledad y, básicamente, irme aclimatando a las paredes, al escritorio, a la computadora, al clima frío de la misma.

Adentro hacía mucho frío. El aire acondicionado me obligó a ponerme un pullover, y allí pasé la media hora hasta que comenzaron a llegar las partes. La primera en presentarse fue la parte actora, dos señoras entradas en años, junto con su abogada patrocinante, quien me pidió ver el expediente mientras esperábamos lo que se conoce como la media hora, que es un plazo de media hora que corre a partir del horario fijado para la audiencia para que lleguen las partes. Mientras veían el expediente comentaban el juicio, y todo lo que restaba para poder alcanzar a cobrar el porcentual en el sueldo que estaban reclamando. Daban por asumido que ganarían el proceso. No dije nada, es feo quitarle las ilusiones a la gente, pero quién les decía que sería un trámite y ya. Justamente, lo que hace interesante a un juicio es esa imprevisión, esa duda eterna acerca de si llegará a buen término para la parte el mismo o no. Ellas no consideraban la posibilidad de perder, y yo pensaba que si el juez decidiera no darles la razón sería una gran frustración para las pobres enfermeras jubiladas que ahora tenía enfrente mío, ya no en un papel dentro de una carpeta verde. Pero, de todas maneras, por la imparcialidad que debe sostener el árbitro, me mantuve férreo, frío y distante.

A la media hora, averiguamos si había llegado la parte demandada, el abogado que vendría en representación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, pero la gente de mesa de entradas manifestó que no había venido. Eso me hizo respirar tranquilo, si una de las partes no viene, directamente no había conflictos y por lo tanto se podía abrir el expediente a prueba sin que haya oposiciones de ninguna parte, y todo terminaría rápido, y sin inconvenientes.

Estaba por tipear que nadie había comparecido por la parte actora, cuando recibí un llamado de la mesa de entradas que me informaba que acababa de llegar el Dr. X para representar al gobierno en la audiencia en cuestión. El Dr. X tenía mala fama entre la gente que tomaba audiencias, por razones que aún hoy desconozco y que prefiero averiguarlas por cuenta propia. Lo cierto es que, de todas maneras, la noticia generó una severa indigestión estomacal, que repercutió en un temblor que se propagó por mis brazos y alcanzó mis manos. Simulé tener controlada la situación, pero mi rostro no debía indicar lo mismo.

Cuando lo vi al Dr. X lo reconocí de inmediato. Ya alguna vez lo había visto en el juzgado pese a nunca haber tenido trato con él. Y pese a su mala fama, su aspecto daba cierta tranquilidad. Un hombre relativamente joven, con un aspecto bastante hippie, pese al traje que llevaba puesto, y que lo primero que dijo al ver que yo iba a tomar la audiencia fue: "Así que nuevo, eh, vamos a encargarnos de hacerte la vida imposible entonces. Ya para empezar, no traje la credencial, tengo la cédula de identidad". No me quedó otra que hacer una excepción ya que era reconocido en el juzgado en el que me desempeñaba. Y una vez que tuve en mi poder todos los documentos de identidad comencé a controlar los datos cargados al sistema. Mientras tanto, los abogados intercambiaban un par de palabras.

Luego de que devolviera los DNI, dije: "Bueno, ahora corresponde preguntarles si están dispuestos a llegar a un acuerdo conciliatorio". El abogado del Gobierno, manteniendo su buen humor, contestó: "En este caso en particular, no". Por lo tanto proseguí diciendo que abriría la causa a prueba, y comencé a relatar lo que había ofrecido cada parte como prueba.

Una de las pruebas ofrecidas era una pericia contable, para lo cual era necesario designar un perito contador. Tomé el bibliorato con los datos de peritos para hacer el respectivo sorteo, y les pedí a las partes que dijeran cada uno un número. La actora pidió el "7", y el Dr. X no se quedó atrás: "También el 7, el 77 son las piernas". "Muy bien, dije yo, entonces designamos como perito contador de la causa al nro. 77, Fulanito de Tal". Tomé nota de los datos y, una vez hecho esto, y no quedando nada pendiente para tratar, les indiqué: "Entonces, no habiendo más que tratar, damos por finalizada la audiencia". Las enfermeras pidieron una constancia de presencia para acompañar al trabajo, y luego de que todas las partes firmaran al finalizar la impresión donde se relataba lo sucedido en la audiencia, les di un apretón de manos, y se retiraron.

En resumen, mi primera audiencia no fue nada trágico, no sucedieron hechos inesperados, y todos se portaron muy bien. Mis pesadillas siguieron siendo meras pesadillas, y no premisas de un fracaso rotundo, y el juez no tardó en indicarme que la secretaria privada, que había venido a presenciar la audiencia, le dijo que había estado muy bien. Recién despues de eso, logré respirar hondo y decirme a mí mismo: "Bueno, estimado, prueba superada".

sábado, 9 de febrero de 2008

Olvidolandia

Olvidolandia, o el país del olvido, fue olvidada hace tiempo por todos, salvo por los habitantes que allí viven, que cada mañana al despertar leen el nombre del país y saben que están ahí. Pero lo cierto es que fuera de ese país ya nadie repara en su existencia. Como lo que pasa un día, al día siguiente es olvidado por la misma gente que lo habita, el país del olvido es el ejemplo más claro de impunidad, de involución, de destrucción.
Todos han olvidado cómo se originó ese país, y también olvidaron su historia. El país del olvido no tiene cultura ni tradición, porque nada queda en la memoria de sus habitantes, todo es como el agua del río, que corre y nunca se estanca. Todo fluye hacia el pasado, tanto lo bueno como lo malo.
Las leyes de esta nación nunca son iguales, se reescriben a diario, y nunca se sabe que se legisló el día anterior. Y como su duración es de un día, porque al día siguiente ya nadie recordará lo que hizo el día anterior, nunca nadie será penado porque lo que hizo en contra a esas leyes. Esos actos ilícitos no son siquiera parte del pasado, sino parte del olvido, y por lo tanto, nunca ocurrieron.
De modo que las injusticias son muchas en el país del olvido, y los verdaderos delincuentes son olvidados como tales. Pero curiosamente, y atentando contra el sentido común, el país del olvido tiene cárceles, que se encuentran desbordadas. Estos "centros correccionales" son ocupados siempre por la misma gente, los marginales de la sociedad de Olvidolandia. No es que estén presos por lo que realizaron en su pasado sino como una política de control social. En primer lugar, porque la clase dirigente necesita contener a la pobreza, y qué mejor que encarcelar a los que mendigan y no aportan al crecimiento económico del país. En segundo lugar, porque si no hubiera presos, la gente del país del olvido creería que la política criminal de su país es débil, y sentiría temor e inseguridad, y culparía de los delitos que vivió en ese día a los políticos y su falta de mano dura. En cambio, habiendo personas enjauladas (gente sin recursos y sin trabajo que no tienen nada que perder a cambio de, supuestamente, adueñarse de lo ajeno), si la población es víctima de un delito, sentirá que se debió a un infortunio, a una mera desgracia y la gente seguira su vida sin quejas, para al día siguiente olvidar el desgraciado suceso. Lo ridículo es que las cárceles resguardan a la sociedad de gente que si bien podría ser potencialmente dañina, no lo es más que otros que se encargan de vender los recursos del país al mejor postor, que realizan negocios corruptos, o que destruyen el medio ambiente. Esa clase de gente, por pertenecer a un estrato social elevado, nunca será cuestionado y siempre será libre de hacer lo que le dé la gana.
Obviamente no hay estadísticas reales en el país del olvido, y nadie puede siquiera averiguar la evolución del país a partir de los datos y registros diarios. Justamente porque es parte de la política de Olvidolandia. Los diarios y revistas no existen en el país del olvido porque como todo lo que dicen es del día anterior, no tiene sentido su existencia, a la población solo le preocupa el presente.
En el país del olvido miran todos hacia adelante sin mirar hacia atrás. Creen en el progreso del país a futuro, pero el futuro siempre se hace presente y al día siguiente pasa a ser olvido.
No se sabe si alguna vez la población de esa nación vencerá al olvido. Nadie sabe qué sería del día en que alguien milagrosamente pudiera recordar y hacer recordar. Probablemente huiría despavorido de ese lugar. Pero si sintiese mucho afecto por ese país, quizás pretendería cambiarlo, abrir los ojos dormidos de la muchedumbre que cree estar despierta.
Y si algún día sucediese eso, quién sabe si de todos modos tendría éxito o su lucha sería en vano. Porque no sería raro que los intereses políticos y económicos lo callaran, lo cual no sería muy difícil en un país sin memoria. Pero más miedo daría el saber que la misma gente lo buscara callar por el simple temor a la idea de poder recordar.