sábado, 23 de junio de 2007

De escritores y personajes

Siempre me interesó bastante escribir encuentros entre escritores y sus personajes. Recuerdo que la primera muestra teatral que hice en mi vida, hacia fines del año 2000 en la Escuela Superior de Comercio "Carlos Pellegrini", la obra que habíamos escrito y preparado tocaba justamente este tema, el encuentro en un andén abandonado de un escritor, al que llamamos Fernando Plumas, y tres de sus personajes. Y a medida que descubrían quienes eran cada uno en ese lugar, también comenzaban los planteos sobre lo que a cada uno le había tocado vivir.
Años más tarde, a comienzos de 2003, una ex novia me pidió, sabiendo mi pasión por las letras, si no le podía escribir un cuento donde el personaje y el escritor estuviesen en el mismo plano. Fue así como le presenté a los pocos días un cuento llamado "El pedido", en donde un personaje va a vengar sus penas y heridas asesinando al escritor, mientras éste escribe cómo su personaje se dirige a la venganza, sin saber que es él el que está en riesgo. Pero por la exquisitez de la muchacha, prefirió pedirme si no podía escribirle otro, con el pretexto de que el que acaba de escribir tenía varias similitudes con el libro que acababan de leer, y razón por la que le habían asignado esa tarea de narración.
Entonces, como un manantial de ideas inagotables, escribí "La Reunión", que tuvo un éxito inmediato, afortunadamente. Este cuento, de todas maneras permaneció guardado entre mis textos por un largo tiempo, y muy recientemente tuve el agrado de ver una película que trata la misma temática, "Más extraño que la ficción", una comedia recomendable, que me hizo acordar de todos estos textos, y decidí rescatar de las arcas de mi escritura ociosa y perezosa, este cuento, que ahora comparto con ustedes. Espero que lo disfruten.
Atentamente,

FerchuM


LA REUNION

Cuando aquella mañana llamaron a mi puerta, yo ya sabía quiénes eran y, si bien no había acordado ningún encuentro, ni con amigos ni con parientes, también suponía el por qué de la visita. Si bien los que en ese momento golpeaban la puerta no eran conocidos míos, no fue necesario presentarse, todos sabíamos quiénes éramos. De hecho debo admitir que era yo quién más conocía sobre ellos, sus vidas, su forma de ser, mientras que no sucedía lo mismo si invertíamos la situación. En fin, me debatía en estos pensamientos cuando les abrí la puerta y los hice pasar. La causa de que no fuera necesaria ninguna presentación, y que yo tuviera tanto información de ellos mientras que ellos tan poco de mí se debió a que no eran ni más ni menos que creaciones de mi mente, aquellos hombres (si es que puedo considerarlos como tales) no eran ni más ni menos que personajes de las ficciones que me daban de comer.

Pensé que vendrían muchos menos, pero no, habían caído casi la mayoría, una interminable procesión que finalizaba su viaje en el interior del living de mi casa, con el fin de comentar ciertos conflictos que habían tenido últimamente en los relatos en los que habían sido partícipes. Me alegró mucho verlos en carne y hueso a todos, a Ramón el tímido que se anima a encarar chicas cuando está ebrio, a Tomás el "Sincerebro" que termina siendo más piola de lo que parece, a Rurik el vikingo, a la Dama del Oscuro Bosque, a Marisol la pegajosa, a Casta la prostituta, entre tantos otros. También a medida que entraban no tardé en divisar apoyado en su bastón, humilde como nunca y sabio como siempre, al anciano José, sereno y con sus respetados tiempos. De todas mis invenciones era sin lugar a dudas el personaje más filosófico y serio, es decir lo menos comercial, lo "más aburrido" según mi editor.

El alborotado ingreso no tuvo comparación con la guerra campal por las ubicaciones. Jamás imaginé que pudiera venir una cantidad tan numerosa, y eso se notó en la cantidad de sillas y sillones en la casa. Los primeros en llegar no dudaron en abalanzarse sobre los sillones, después tocaron el turno de las sillas mullidas, luego las de madera, cuando se acabaron esas se empezaron a utilizar las banquetas, y finalmente la improvisación total, como por ejemplo Rurik, que se sentó en una mesada o el Sr. Fontana el plomero y su asistente a quienes vi venir del baño con el inodoro y el bidet respectivamente y que a mis gritos de espanto prometieron devolverlos a su lugar y solucionarme gratuitamente el tema del botón para que corra el agua.

Pero los incidentes sucedieron en la zona de los sillones, donde algunos estaban endiabladamente empecinados en que debían sentarse ahí y no en otro lugar y terminaron, por lo tanto, apretujándose de tal manera con los ya sentados que haber elegido el suelo hubiese sido mucho mejor. Una vez que todos conseguimos acomodarnos comenzó la esperada reunión.

-Hemos venido aquí, don Julio -comenzó Antonio el ilustre, célebre por su dinero y poder, sentado en su sitio de honor, frente a mí, rompiendo el hielo-, porque últimamente hemos notado cosas extrañas en los respectivos relatos en los que hemos participado.

-Así es, camarada -apoyó Vladimir el comunista con una copa de vodka que se sirvió sin permiso de mi bar de bebidas alcohólicas. De no haber sido por la furia que me cegó en aquel momento quizás hubiese advertido la presencia a su lado del hasta el momento sobrio Ramón.- Considero que mis compañeros están trabajando como burros sin recibir lo que merecen, mientras que usted -y por lo bajo oí que murmuraba las palabras "cerdo capitalista"-, goza de nos, ganando mucho más dinero que todos nosotros juntos. Sin más mire la casa en la que usted vive, mientras que la Dama del Oscuro Bosque, y digo ella como podría nombrar a cualquiera de nosotros, vive en una choza en medio de árboles y ciénagas. Recuerde que todos somos iguales.

-Un momento. No nos vayamos del punto -interrumpió el ilustre. Recordé en ese momento que él vivía en una mansión de unas dos manzanas aproximadamente.- Lo que aquí importa es que este hombre... -pronunció mientras me señalaba con su excesivamente largo dedo índice- está escribiendo barbaridades, ¡propias de un escritor en decadencia! Y eso nos influye demasiado porque no queremos que la falta de ideas acaben con nuestro mundo, imaginario, pero nuestro mundo al fin de cuentas.

-Pero díganme, ¿cómo es eso de que estoy escribiendo barbaridades...? -pregunté sin entender.

-Yo de tanto vivir en el Oscuro Bosque -dijo la Dama-, me estoy volviendo ciega. Además de que día a día tengo más moretones en la cara por los golpes que me doy contra los árboles.

-Y yo -pronunció Rurik bajo su sombrero de cuernos y tras su barba de un metro-, he tenido que pelear contra un pulpo en aguas congeladas. No sé si los pulpos soportan tanto frío, pero, ¡quién se va a creer que yo pueda por un lado matar a un pulpo solamente con mis manos y por otro lado nadar como si estuviese en aguas termales cuando estoy casi en el Polo Norte!

-Bueno, me sorprende usted, Rurik, pero supuse que ustedes los del norte se acostumbran al agua fría...

-¿¡Fría!? ¡Helada! Me agarran unos chuchos de frío que por poco me matan... tendría que ver la barba como me queda... cada pelo parece una estalactita. Además, mire mi forma de hablar, ¿le parece propia de un vikingo? ¡Me pone voz de pito y soy toda una marica!

Decidí comenzar a anotar estas críticas que me iban haciendo, lo que causó sensación en los personajes quienes se peleaban por que escriba los problemas de cada uno. Era casi imposible poner orden, y fue entonces cuando me lamenté que no se me hubiese ocurrido crear a todos los personajes iguales al Sr. Mudelli, el sordomudo que espiaba desde un costado aterrorizado de ver tan frenéticos movimientos.

-Perdón... -comenzó el anciano José, con su voz suave, que aún así, sobresalió de las voces del montón, y que fue como el silbato que consiguió el orden, el silencio que sobrevino después de que de algún rincón se escuchara: "Cállense, que el viejo gagá quiere hablar". José comenzó a exponer su punto de vista-, yo quería hacer mención de algo que me llama la atención y no termina de desarrollarse en mi mente... -Silencio. Todos esperan la gran revelación.- He notado que acá estamos todos, dispuestos a exteriorizar las cosas que no nos parecen correctas en su forma de expresarse, Sr. Julio ¿no es así, compañeros?

-Sí -saltó Tomás el Sincerebro interrumpiendo al anciano para manifestar sus dramas-, yo siempre me encuentro en un lugar en donde todo suele ser blanco, sin olores, ni sonidos...

-A mí me pasa lo mismo -agregó uno-, para mí que se debe a que no desarrolla usted correctamente las descripciones. Debe seguramente dejarlas incompletas. Tiene que contar más sobre cómo es el lugar...

-¡Sí! -retomó Tomás-. No puede ser que esté con una mina en pleno acto pecaminoso y de repente la flaca no tenga tetas, ¿¿¿sabe lo feo que es???

-¿Me permiten terminar...? -solicitó Don José pasivo pero incisivo.

-Sólo si pensás terminar... -pronunció Andrecito, el joven rebelde- todos tenemos que comentar nuestros quilombos...

-¡"Líos", se dice, "lí-os"! ¿Qué no te enseñaron a hablar tus viejos, pendejo? -gritó el Sincerebro-. Nosotros queremos además que se nos trate a todos por igual, ¿qué es eso de que algunos estén mejor que otros? No logro entender cómo Casta, siendo una puta...

-Prostituta querido, prostituta -le corrigió.

-Bueno, siendo una dama de compañía, tenga tantas joyas y propiedades por todas partes.

-¿Y qué? Perdoname queridito, pero no vas a entender nunca porque no sos mujer. ¿Qué pensás, que yo los pude guiar hasta acá porque revisé la dirección en la guía T de bolsillo? Por favor... -dijo sin pelos en la lengua mientras yo me convertía en un punto cada vez más diminuto y de intenso color rojo vergüenza. ¿También, qué era de esperarse? Las miradas de los otros personajes clavándose en mí, entre una mirada absorta e inquisitiva.

-Pero si le ofrece todas esas cosas a los que se acuestan con él... -se debatía Tomás el Sincerebro- ¿entonces el ilustre Antonio es...? -y todas las miradas se dirigieron primero a Antonio, a quien las palabras no le salían de la boca y luego sobre mí nuevamente.

-No, señores, eso sí que no... quiero que quede bien claro... -balbuceó el ilustre.

-¡¡¡Estaba hablando yo!!! -exclamó el anciano José- No sé ustedes, pero mi paciencia tiene un límite. Exijo que se me considere uno más en esta reunión. ¿O acaso no me oyen?

-Perdón, ¿decía algo, don José? -preguntó Rurik mientras salía de la estupefacción previa.

-¡Que quiero hablar! Decía que me parece raro... -pero el pobre anciano no pudo terminar su frase, porque fue en ese momento cuando notamos el sitio que había elegido Ramón el borracho. Con una mirada que apuntaba a ser sensual le decía a un armario: "Dame un beesho, preshiosha... dale, dame un besho... ¿no querrés bailaar? Hic... ¿No? Y de coger ni hablar, ¿no...?". Prosiguió a esas palabras un intento de agarrarlo que produjo una reacción espontánea en la actitud de Ramón, y sin dudarlo, salió corriendo dando vueltas por toda la casa, tirando lámparas, copas, centros de mesa, cuadros, botellas.

Para entonces todos se habían alzado de sus asientos y al grito de "Sáquenle la copa de whisky", se dedicaron a perseguirlo creando un sendero de destrucción propio de un tornado. Aprovechando la situación Vladimir el comunista lanzó su pie de guerra: "Revolución", propuesta que fue considerada principalmente por Andrecito, quien se abalanzó hacia la cocina y no tardaron en verse volar huevos, tomates y algunos que otros alimentos, como unos filettes de pescado que iba a comer a la noche.

El resultado final fue catastrófico: cuatro heridos de gravedad, entre ellos dos con quemaduras de tercer grado; un desmayo; uno con piquete de ojo; cinco cuadros rotos; dos cuchillos desaparecidos; una alfombra persa manchada con licor; unas cuántas botellas rotas; un inodoro quebrado; un bidet sin canillas; siete sillas sin patas y catorce patas sin silla; una docena de huevos desperdigada por todo el living; y una torta de chocolinas desaparecida misteriosamente. Sin poder creer lo que había sucedido en aquella reunión con mis personajes me dejé caer sobre un sillón, ahora vacío, tanto por fuera como por dentro, ya que habían aprovechado la goma espuma para hacer un efecto lluvia sobre la cabeza de Antonio el ilustre al grito de "¡¡maricón, maricón, maricón!!", y comencé a llorar por la desesperación. Esas lágrimas actuaron como sedantes de mis enervados personajes que al verme en aquel estado se santiguaron y, calmando los exaltados ánimos, me pidieron disculpas. Algunos hicieron bromas para tratar de alegrarme, no sé si reí porque me hacían gracia o por la bronca que me dominaba. Y fue justamente en ese momento, mientras me secaba los mocos con un pañuelito descartable que la Dama del Oscuro Bosque me había extendido, que el anciano José aprovechó el silencio para concluir con su duda existencial.

-Lo que quería decir es que me parece raro esto, que nosotros nos encontremos en la casa de nuestro escritor como si fuese algo de todos los días, tratándolo de igual, sin siquiera mirarlo como un padre o un dios, porque después de todo, él fue quién nos creo, y que además le podamos proponer nuestros puntos de vista para que él lo tenga en consideración...

-No, José, yo lo escribí este encuentro -le expliqué-, porque la verdad es que quería conocerlos en persona, verlos tal cual los había creado.

-Sin embargo, usted, en ningún momento supo qué era lo que íbamos a decir, usted fue un espectador más, no sé si me entiende. De hecho este llanto tan conmovedor del que hemos sido testigos, se debió a que jamás se hubiese imaginado que nosotros haríamos algo por el estilo, ¿estoy o no equivocado? Esto hace que me pregunte dónde es que estamos ubicados. Porque nosotros somos personajes de usted, Sr. Julio, pero a la vez usted está con personajes, por lo que, ¿no será acaso usted también un personaje, de una alocada historia escrita por otro hombre?

-No quiero ser aguafiestas -dijo la Dama del Oscuro Bosque-, pero me parece que sus opiniones son un tanto machistas, ¿que no pueden ser mujeres las que hayan escrito esto?

-No importa -continuó el anciano-, lo cierto es que siento que usted es nuestro creador, pero es usted porque así lo escribió otro escritor, y quién sabrá si ese escritor no habrá sido escrito por otro y así sucesivamente hasta el infinito.

-Lo que usted dice es muy interesante, don José -admití-, sabe una cosa creo que debemos hacer una visita a alguien.

Y entonces todos elevamos la mirada y nuestra vista superó el techo de mi casa, y el cielo y el universo, y vimos más allá, pero no lo notamos lejos, nos pareció como estar mirando desde una página, como si fuésemos una letra, una palabra escrita en un papel, y eso fue suficiente para ver un par de ojos, un par de ojos que me dictaban un final, este final.

Fernando Velardocchio
2003

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Siga escribiendo que, con sus textos, al igual que con sus comentarios, me despierta muchas reflexiones interesantes.

En este caso, creo que es un tema recurrente en la literatura y en el arte en general. Sin ir más lejos, Borges tenía esa concepción cuando pensaba que éramos sueños de sueños, ¿no?

Ese último "pero", ese último reparo que nos hace dudar de todo, de si realmente somos protagonistas de nuestras vidas o si somos meramente sombras, espejos, títeres... es un verdadero manantial para el arte. Claro que no podemos salir a la calle con esa incredulidad, porque si pienso que mi escritor me va a salvar... cruzo la Panamericana con los ojos vendados. Pero es interesante pensar sobre estas cosas cada tanto, aunque sea 5 minutos por día; sería una especie de "Barajar y dar de nuevo", de juntar las cartas, mezclarlas y tener un nuevo juego, un nuevo cosmos con el cual salir a vivir.

Y aquí, a último momento, yo también hago un alto en el camino para reflexionar sobre el asunto y plantearlo en clave política: tal vez, la cuestión, el ser o no ser, radique en ser sujetos de nuestra propia historia o ser objetos pasivos de voluntades ajenas.

Anónimo dijo...

(De más está decir que cuando hablaba de "reflexiones interesantes" en el primer párrafo, no me refería a que iba a volcar tal cosa como comentario. Sino a que sus textos y mensajes que deja en mi blog, me despiertan pensamientos interesantes. Como verá, no se vuelcan en palabras.)

FerchuM dijo...

Querido Discepolín, en primer lugar quiero agradecerle sus posteos. Además de ser muy interesantes a nivel intelectual, tienen esa gracia tan natural que distingue su prosa, que tanto he halagado, halago y halagaré en su maravilloso blog (el cual recomiendo a quienes no hayan entrado), y lo convierte en un erudito del arte literario.

La esencia de este tema, a mi modo de ver, creo que trasciende el hecho de creerse uno personaje creado por un escritor/dios supremo que dirige su vida. Si bien esto no deja de ser una de las razones por las cuales gira el tema en cuestión, creo que es quizás más interesante aún, y tal vez menos explotado artísticamente (no sabría decir con exactitud cuánto se escribió al respecto), el hecho de que uno al escribir, genera vida, inventa un alma, y que esa alma nueva flotará en el personaje, en el libro y por siempre. Es el sentir que lo que uno escribe se torna realidad, y juega con ella, la moldea, la hace divertida, le da matices tristes, la somete a distintos sentimientos, pero no puede deshacerla, gira eternamente en el cosmos.
Pongamos el caso de Sherlock Holmes, personaje de Sir Arthur Conan Doyle, quien cansado de escribir esos cuentos policiales y ya al grado de detestar a su creación, decidió darle muerte en uno de sus relatos, al enfrentarse al borde de un precipicio con su archienemigo James Moriarty. Menuda sorpresa recibió Sir Arthur al advertir que el personaje ya no era suyo, ya no le pertenecía, él le había dado vida, personalidad, él era el padre y todo, en fin, creó el alma del detective más famoso de la historia, y ya no podía decidir qué hacer con él. Ocurrió que debido a las exigencias de los fans, el escritor debió revivirlo, si mal no recuerdo en "El sabueso de los Baskerville", y seguir escribiendo sus cuentos policiales.
¿Quién escribió a quien? ¿Quién tenía la palabra final en ese diálogo autor-personaje? ¿Hasta qué punto el escritor es libre de escribir lo que se le dé la gana de ese personaje? Sin ir más lejos, y manteniendo el género policial ¿se imaginan a Ian Fleming obligando en una de sus novelas a James Bond a besarse con un hombre?
Para ir cerrando la idea, y a modo de no perder el rumbo más de lo que ya lo perdí, cuando uno escribe entrega parte de su alma (y con alma digo: vivencias, sentimientos, gestos, actitudes, aspectos físicos, palabras) a una invención, para darle vida, para que ese personaje, sea protagonista o antagonista, sea real, sea verosímil, para que realmente exista. ¿Hasta qué punto esa alma que le entrega, y que los lectores o los seguidores absorben del personaje, crece por sí sola, y se diferencia de la misma de su creador, pudiendo llegar incluso a vencerla, y ser realmente libre?

Anónimo dijo...

Para no perder la cortesía, saludo al titular del blog y demás firmantes. No haré un aporte extenso, ni muy valioso. Simplemente quiero recordar que Antonio Tabucchi, al final de "Sostiene Pereira", narra cómo su más famoso personaje se le apareció en sueños, le narró su historia, es decir, se le ofreció como personaje para un texto.
Creo que hay un trabajo de semiología (honestamente no recuerdo si es de Umberto Eco, se me ocurre también Eliseo Verón, pero no lo sé), que se titula "Seis personajes en busca de un autor".
Y como en un posteo con este alias viene a cuento una referencia al mundo clásico, habría que reflexionar sobre los personajes míticos, que aún hoy siguen siendo protagonistas de ficciones producidas por nuestros contemporáneos (Medea, Antígona, Edipo).