lunes, 2 de enero de 2012

Una noche de verano

Cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. De todas maneras hoy pienso que el tono trágico de aquel momento no fue más que una consecuencia más de los excesos del alcohol, pero en aquel instante, mi desesperación adquirió tintes de vida o muerte, y sabía que sería suficiente para recomponer el orden y salvar la noche si pudiera conseguir una cerveza más. Claro que si consiguiese un par o una docena, la velada duraría un par de horas más, y eso me daría un margen fenomenal para llevar a cabo las movidas de ajedrez que había planificado de antemano. Traté de focalizarme, dejar los pensamientos para otro momento y dedicarme a buscar las cervezas sin abrir que pudiera haber en mi departamento. Pero tras un minucioso control de la heladera comprendí que ahí dentro no quedaban más, ni sobre los estantes, ni en la puerta, ni en los cajones de fruta, los cuales habían estado vacíos desde que me mudé al departamento. Entré en pánico. Busqué por el suelo, miré los cadáveres de vidrio de diferentes marcas sobre la mesada, y confieso que hasta llegó a cruzárseme por la cabeza juntar los distintos culitos que mis invitados habían dejado en cada botella para ver si llegaba a armar aunque sea una suerte de Frankestein cristal. La idea me dio una arcada y deseché el plan de inmediato, mirando inclusive de reojo casi temiendo que alguien tuviera la capacidad de leer pensamientos.
También vislumbré la posibilidad de que alguna botella cerrada hubiese quedado sin guardar en la heladera y que, si bien no iba a estar a punto, con unos hielos y mucha buena voluntad, se podría superar la falta de bebida alcohólica. Abrí un par de puertas, revisé la alacena, el lavadero, debajo de la mesa, y hasta me llegué a agachar y mirar por debajo de la mesada para asegurarme de que ninguna hubiese rodado a esconderse en aquel rincón inaccesible. Obviamente, no tuve suerte, aunque sí encontré una caja de fósforos, dos encendedores, el primer magiclik que me regalaron, que perdí al día siguiente, y hasta el famoso anillo que una ex novia se volvió puta buscando y por el que me acusó formalmente de habérselo quitado y vendido por unos mangos. De todo lo hallado, solo tomé el dichoso anillo y lo guardé en el bolsillo del jean. Si bien las cosas con Micaela habían terminado mal, tenía en mente devolvérselo y limpiar mi nombre. De orgulloso, nomás.
Pero ahora tenía una urgencia mucho mayor, evitar que mis amigos sufrieran la inminente escasez de recursos con porcentaje alcohólico.
Pensé que sería una salida piola pasar al vino, pero en Buenos Aires, durante ese mes de enero la temperatura promedio había rondado los 40°, y solo pensar la idea de tomar algo natural me acaloró y busqué otras soluciones posibles.
Me asomé al living y reparé en los vasos de los invitados, estaban en su mayoría llenos, lo cual me daba un margen para actuar sin que lo notaran. La solución más a mano era tal vez la más hincha pelota: tenía que salir de compras y rogar que a algún almacen del barrio le diera lástima y me la vendiera muy a pesar de las contravenciones en las que incurriría. Es que no sé bien por qué, pero algún legislador había tenido la tonta idea de prohibir la venta de alcohol a los kioscos y supermercados a partir de cierto horario de la noche, como si eso evitara que la gente dejase de beber. Lo cierto es que lo único que ocurrió desde ese momento fue que tuviéramos que pagar servicios de mesa y propinas en bares donde no sé por qué sí se autorizaba a vender después del horario en cuestión, o que comprara clandestinamente ya sea en ciertos supermercados chinos o almacenes que se animaban a correr el riesgo, y que por eso, aumentaban escandalosamente los precios de las botellas, quizás para poder pagar las coimas que les permitían seguir el jueguito nocturno. De modo que la bendita ley seca no sirvió absolutamente para nada.
Con con dos envases de cerveza dentro de una mochila, separados entre sí por un diario para que no repiquetearan en mi salida, eché un vistazo de toda la situación: por un lado estaban Eva y sus amigas en el sofá. Parecían entretenidas, y hablaban sin parar. Algunos de pie, fumando en el balcón contemplaban la noche, y en la mesa redonda del comedor, el tano, el negro, Marquitos y Chuco habían aflojado un poco con el chupi gracias a las cartas del truco que los entretenía por el momento. Sus partidos eran vibrantes, casi que parecían hibernar mientras jugaban, para tener los pensamientos más claros, y las mentiras que se retrucaban con ingenio y pasta de actor a flor de piel. A su alrededor cuatro o cinco de palo se limitaban a observar y festejar las estrategias. El panorama me daba al menos entre quince y veinticinco minutos, dependiendo de las cartas que les tocaran y que ninguno anduviera con el "quiero" fácil.
Cuando estaba por cerrar la puerta, Marquitos gritó ¡Falta envido! y a mí se me heló la sangre con la llave en la mano y la puerta a medio cerrar. Está mintiendo, no tiene nada, dijo el tano a Chuco. Sí, ya sé, pero no tengo nada. Yo tengo algo, muy poco, pero soy pie. No vale la pena. No quiero.
Respiré hondo.

Había cola en el chino. Algunos con bolsas de compras, otros con un changuito, varios con mochila, y el que estaba siendo atendido, que parecía llevar en sus brazos un bebé, en realidad cargaba también con dos envases vacíos envueltos con una mantita. El chino a cada traspaso de mercadería por entre las rejas relojeaba a un lado y a otro. Cuando fue mi turno, a mis espaldas ya se había formado una nueva hilera en la cual muchos copiaban los procedimientos precedentes, pero otros ya andaban con las botellas en la mano como si nada. Cuando le pasé los envases el chino me dijo "Solo blama". Asentí con un gesto que sentí zen, de paz con el universo.
Nunca pude precisar el momento en el cual la policía llegó, pero de pronto el chino que cargaba mis botellas se vio rodeado por un operativo que parecía de película de Hollywood. "Te agarramos con las manos en la masa, taichichuan" se burló un uniformado mientras le sacaba las botellas de entre las manos, y a mi me dio una pena que me partió el alma ver la mueca de desesperación del chino mientras le levantaban el acta de clausura. Pol favol, polemos aleglar. Ah, pero encima nos quiere coimear este chino sucio, dijo con bronca un policía que se quería sentir como un elliot ness posmo. El chino pasó del gesto desgraciado a una mirada fija en mí que equivalió a diez patadas de Bruce Lee. Todavía hoy cuando paso por esa cuadra, me cruzo por la vereda de enfrente, para evitar las represalias que por esa mirada sé que algún día voy a recibir.
Sin envases y sin cervezas, con una mochila vacía a cuestas, recorrí algunos almacenes y supermercados más, pero o estaban cerrados o preferían no vender. Al quinto intento arriesgué un diálogo con un almacenero que se parecía al Coco Silly: Pero yo me acuerdo que vos una vez me vendiste. Sí, pero hoy es una excepción, hoy no puedo. Pero ¿por qué no?. No, hoy es día de inspectores... Es una mierda, pero... es lo que hay. Entonces, me animé a confiarle mi situación: Es que estoy en un gran problema. Organicé una fiesta en casa por una minita que quiero impresionar, viste, pero las amigas son de fierro, chupan más que Baco. ¿Que quién? preguntó mirándome con desconfianza. No importa. El tema es que si las amigas se quedan sin cerveza se las pican, se van a bailar, o a un bar de esos caretas que hay por Palermo o por Puerto Madero, y yo necesito un rato más, no me animé hasta ahora, pero si tengo una le pido ayuda para algo, y la idea es apartarme de la gente y hablar con ella. ¿Y por qué no lo hiciste antes o sin cerveza de por medio? Y... es que me da cagazo, me gusta mucho la minita y tengo miedo de que me transforme en tartamudo. Pero, nene, dejame que te cuente la verdad de la milanesa, sí, vos sabés que nosotros no nos levantamos a las minas por lo que hacemos. Aunque nos hagan creer que somos nosotros los que las seducimos, el poder de decisión es de ellas, siempre. Si a la flaca no le gustaste, podés bajar la luna de un hondazo que va a ser lo mismo para ella. O podés ser un pelotudo que si a la piba le caíste bien, todas las pelotudeces para ella van a ser unas monadas re divertidas, y recién te va a ver como verdaderamente sos con un par de años de casados.
Quedamos un instante callados, meditando. Finalmente rompí el silencio. ¿Tenés galletitas de agua? Me quiero cortar las venas. El tipo del almacén se rió, me dio unas palmadas en la nuca, y me dijo: nunca te vuelvas loco por una mina, no es saludable para el cuore. Y se golpeó tan fuerte el pecho que pensé que se iba a desplomar de un bobazo ahí enfrente mío. Y además, agregó, hay muchas. Las mejores minas no son esos culos encerados de la tele, esos gatos no valen ni dos pesos. Las minas de verdad son las que te comprenden y quieren ser tus compañeras de viaje por muchos años, con suerte, toda una vida. Esas minas valen oro y son mucho más accesibles de lo que vos crees.
Gracias... me quedé un instante queriendo pensar el nombre de aquel almacenero que no conocía. Me dicen Coco, y ya sabés, venite cuando quieras.
Me sentí renovado. Coco había como una brisa fresca de verano. Me estaba por ir cuando Coco me detuvo. Estaba pensando que tal vez necesitas cosas para el día siguiente, podes hacer un encargo y yo te lo dejo separado, y vos lo pasas a buscar por la mañana. Yo puedo anotarte el pedido, como que lo hiciste ayer a las 18 hs, y vos te venis a buscarlo... yo estoy abierto las 24 horas, no sé si me explico. Vos querías una cerveza, te puedo dar un queso cremoso y 100 de jamon, y no sé, quizás para dentro de media hora ya podrías pasar a buscar el pedido. Le sonreí, me leíste el pensamiento. Busqué la billetera pero estaba vacía. Con una billetera en esas condiciones olvidate de conquistar los culos encerados de la tele, me dijo Coco. Uh, soy un colgado. ¿Aceptás este anillo en forma de pago?, le dije extendiéndole el anillo de mi ex. No, no te preocupes, te lo anoto para cuando tengas, amigo.
Guardé el anillo y la billetera, volví a darle las gracias y caminé dos cuadras de regreso a casa. Había decidido desistir del plan de la cerveza, de Eva, de enamorarme de ideales. Ya era hora de ser yo mismo, y disfrutar de los buenos momentos. Pasé inconscientemente por la puerta del edificio de mi ex novia y se me dio por devolverle el anillo de mierda, antes de que lo hiciera plata en serio. El vigilante nocturno que me vio tantas veces apretar con mi ex en la puerta, me reconoció de inmediato y me abrió. ¿Qué hacés, galán? Acá, de visita. Hacía mucho que no te veía. Y las cosas no fueron bien. Sí, lo supuse cuando Micaela lo trajo esa noche al morocho alto que a veces venía con ustedes dos. ¿Qué morocho alto? Ese, de las chombas rayadas, bastante fornido, que tiene una ceja sola. ¿El tano? Pero... ¡Claro! ¡Qué hijo de...! Y pensar que ahora se está tomando mi cerveza, el cretino... Uh, creo que metí la pata, dijo el vigilante. Despreocupate, nadie se entera que fuiste vos. Gracias por el dato. Bueno, subo. Sí, apurate, porque llegó hace un rato... de bailar. ¿De bailar? Pero si nunca le gustó ir a bailar...
Hacía meses que no subía por ese ascensor. Había olvidado lo lento que era. Y el tiempo que demoró fue suficiente para que me comiera la cabeza pensando en Micaela y el tano, el tano chupándose mi birra en mi casa, Micaela bailando, Micaela bailando reggaeton, Micaela bajándose una serie de shots de tequila, bailando con el tano, ella ebria, él mentiroso. Y yo como un boludo, yendo a darle el anillo de bijouterie que seguro le compró a un africano del Once, para salvar un honor que por más que fue cuestionado, siempre estuvo limpio, y no, como el de esa zorra, que ahora se le da por agarrarse a mis amigos y bailar cumbia y reggaeton.
¿Qué hacés acá, Felipe? Hola Micaela, hice hincapié en que le decía el nombre completo, como para que se diera cuenta que no estaba con buena onda. El babydoll que llevaba puesto me aflojó un poco el bajo vientre. Traté de focalizarme. ¿Puedo pasar? No, lo nuestro ya terminó. Un vecino pasado de rosca zigzagueó por el pasillo desde el ascensor hasta la puerta de su departamento, y al verla a Micaela, se detuvo y le murmuró un lascivo "hola bombón" que la hizo cambiar de opinión. Me agarró de la ropa, me metió adentro del departamento y cerró la puerta.
No tengo pensado estar mucho tiempo. Solo vine por un motivo, dije de modo contundente mientras hurgaba en mis bolsillos del jean buscando el anillo que ahora parecía haberse evaporado. ¿Qué motivo?, me preguntó cruzada de brazos. Noté un agujero en uno de los bolsillos de mi jean y todo el orgullo se me fue por ahí. De pronto me había convertido en un tarado en medio de la madrugada, visitando a una ex novia sin razón alguna, y al borde del papelón del siglo. Actué rápido, probablemente debido a que por la búsqueda en la que me había enfrascado, estaba bastante despierto. Necesito que me prestes una cerveza, dije. ¿Qué?, le costó entender la simpleza de mi pedido. Que vine porque me quedé sin birra en casa, estoy en una fiesta, en donde está entre otros tu nuevo amorcito, el tano, y nos quedamos sin cerveza. No lo vas a matar de sed a tu nuevo chongo, ¿no?
Confieso que se me escapó de bronca nomás. Lo venía masticando, y fue cuanto duró.
Mirá, no sé de dónde sacaste que yo estuve con él... empezó a decir, pero se frenó de golpe, como midiendo las incertidumbres que buscaba plantar en mi cabeza. No mientas, no pienso recriminarte nada. El boludo es él, que sabiendo que eras mi ex, estuvo con vos. Fue un momento de calentura, ¿ok? Ya está, ya fue. Ahora no quiero ni verlo. Es un imbécil tu amigo. Es más, vení, tomá, dale este osito grasa que me regaló y decile que se lo meta en el culo. De entre una montaña de ropa sacó un osito de peluche que sostenía un corazón que decía "I corazón YOU". ¿Te regaló un osito? Ah, pero qué patético. Y acá tenés su gorrita Nike también, que se la olvidó. Para que veas que yo devuelvo las cosas que la gente se olvida en mi casa en vez de venderla por unos pesos miserables. Si es por el anillo, Micaela, estás muy equivocada. Y sabés qué, tengo sueño, y ganas de que te vayas a la mierda, vos y los fantasmas de tus amigos, así que tomá, te regalo esta cerveza bien fría, me dijo abriendo la heladera de su cocina y sacando una negra, y andate, Felipe, no quiero verte más. Abrió la puerta y me empujó afuera, con el osito, la gorra Nike del tano y la cerveza stout de litro.
Al volver a escuchar la voz libidinosa del vecino, me cerró la puerta en la cara. Está fuerte la guacha, eh, me murmuró el tipo desde su puerta. Está loca, le respondí. Claro que sí, agregó abriendo los ojos dilatados en pleno goce mental.

En casa, el truco había terminado hacía rato. Y seguían tomando cerveza. El negro se me acercó y me dijo: ¿Dónde estabas? Como no te encontrábamos te sacamos un par de cervezas del freezer. Me sentí un imbécil por no haber revisado ahí dentro. Miré hacia el sofá, y lo encontré vacío.
El tano se me acercó a paso canchero y dijo: ¿Dónde andabas, fiera? Te perdiste la paliza que le dimos a estos dos. Aproveché para sacar de mi mochila y dejar sobre la mesa su gorrita Nike y el osito y le dije que Micaela le mandaba un beso. Me miró en silencio un instante, como queriendo medir lo que estaba ocurriendo, tomó la gorra, se la calzó, dio media vuelta y se fue sin decir una palabra. Varios más me saludaron y salieron. Chuco y el negro, con sus vistas de águila, vieron la stout en mi mochila y con un "permiso" se la llevaron a un rincón y la destaparon con un encendedor ya gastado de tanto abrir cervezas.
Junté un par de vasos de plástico desperdigados por la casa y los dejé en la cocina. Después me fui para mi cuarto y encontré a Eva leyendo un libro de Tintín tirada en la cama. Era Tintín y el cangrejo de las pinzas de oro.
Al verme se incorporó y me pidió disculpas por tocar mis cosas o algo así. Pensé que te habías ido, Ev. No, las chicas se iban a bailar, y yo no tenía ganas… y vine a buscar mi cartera y vi tu colección de Tintín. ¿Te gusta Tintín? Alguna vez vi los dibujitos en la tele, me contestó. Ah, sí, igual leerlo es mejor. Ese libro que elegiste es uno de mis favoritos. Ahí conoce al capitán Haddock. Sí, estaba justo en esa parte. Te lo presto, si querés, así lo lees tranquila, pero cuidámelo, ¡eh!
Nos reímos un rato. Le propuse acompañarla a su casa y aceptó. En el living solo había quedado la botella de stout vacía. En algún momento de la charla con Eva, los pocos que quedaban se habían ido. Sobre la mesa el osito de peluche que el Tano le había regalado a mi ex nos miraba a través de sus ojos de vidrio. Hubiese preferido que no estuviera ahí, pero ahí estaba. Y Eva lo vio, y me miró. Lo tomé del cogote, lo levanté y mirándolo a los ojos, le dije: Es demasiado tarde Teddy, y tomó mucha cerveza, vaya a dormir, pero antes le da un besito de buenas noches a Eva. Ella se rió, dejó que le diera el besito en la mejilla y lo apoyé en el sofá. Después le hice un gesto a Eva como para que no hiciéramos ruidos así dormía tranquilo y salimos.
En el camino hablamos de películas, comentamos sobre algunos colores del alba, de lo lindo que es caminar por la madrugada por la ciudad de Buenos Aires, cuando la calma lo domina todo, sin ruidos, sin gente, los cantos de algunos pajaritos, el ronroneo de algún motor lejano. Las diez últimas cuadras hasta su casa nos vieron pasear de la mano. Le di un beso junto a la puerta, y nos habremos dado vuelta una docena de veces postergando el adiós.

Caminé de regreso hacia mi casa y vi un kiosco de diarios abierto. Pedí un Página 12, y cuando quise pagar volví a enfrentarme con la billetera vacía. En lugar de billetes me encontré con el anillo de mi ex novia. Recordé que lo había puesto en la billetera cuando me lo rechazó Coco. Se lo extendí como forma de pago al canillita, que me miró con desconfianza. Tomó el anillo y lo miró con curioso detenimiento. Dice Micaela acá. Ah... mmm, sí, puede ser. El tipo se quedó unos instantes mirándome, y dijo como recordando: Mi sobrina se llama Micaela. Me dio el Página 12 y me tiró unos pesos de más. Enrollé el diario y lo llevé sin leer bajo el brazo hasta el almacén de Coco. Este me dio la bolsa de mi pedido, le pagué con la plata que hice con el anillo, le volví a dar las gracias por los consejos que me había dado y me volví para casa. Cuando llené el termo con agua caliente y abrí la alacena me acordé que no quedaba más yerba.

2 comentarios:

Ramón dijo...

Excelente Fer! Lo acabo de leer, no había vuelto a entrar desde aquella noche que dijiste que habías vuelto a escribir.

Teseo dijo...

Hacía años que no entraba a este blog, pero veo que el talento del autor sigue intacto. Impecable descripción de las madrugadas de buenos aires, tla cual las vivimos un par de veces al año, cada vez menos, jaja.