domingo, 11 de enero de 2009

Conocer, buscar pasar desapercibido y hacer dedo a la peruana

En un hondo respiro de paz, camino por la libertad del silencio de un cerro peruano. Cada tanto cruzo en mi andar con miradas de sorpresa y de gracia de los habitantes al verme con sombrero de cuero de ala, con la cámara de fotos con la que pretendo retratar eso que ellos ven a diario, y de lo que no necesitan grabar por ninguno medio porque en sus retinas ya están impresas esas imágenes, esos paisajes, los rostros de la labor, de la fuerza de una pobreza que los vuelve cansados pero a la vez una intensa sensación de poder donde a veces pareciera imposible.
Alguien me grita "ey, gringo!", otros saludan con un "mister". Y entonces por un lado siento en mí una paradoja, ese placer de ser un desconocido, de moverme en la absoluta tranquilidad de hacer lo que se me dé la gana. Pero por otra parte, ese sufrimiento de sobresalir, de notarme aunque busque evitarlo. ¿Podría ser quizás una sombra? Realizar un interesante desafío a las leyes de lo cotidiano a fin de pasar desapercibido, sin sentir las miradas clavárseme como a cualquier extraño en un pueblo pequeño. Sin embargo, me tengo que contentar con seguir siendo yo, desconocido y llamativo a la vez, vagando en tierras vecinas, con un dulce grado de virginidad en sus majestuosos sitios aislados de toda clase de turistas. Ya no es andar por Cusco, ciudad hermosa, pero con tal cantidad de foráneos que afea en cierta medida la belleza de la ciudad.
Luego de conocer ruinas que muy pocos visitan, camino de regreso a la población vecina. Como la plata escasea, pienso que lo mejor sería hacer dedo si pasa alguna combi, o "van" como la llaman aquí. Efectivamente a lo lejos veo que se desplaza directo hacia mi una. Apresuro a acomodarme y hacer el gesto universal mientras grito "Pacucha!". Con esto no quiero significar que los mando a la cucha como si fueran un perro, sino si me podían alcanzar a la localidad de Pacucha, cuyo nombre recibe de la laguna que tiene a su lado. Gentilmente, la "van" para a unos 150 mts., lo que me obliga a emprender una corrida en la altura para alcanzarla antes de que cambie de parecer. Transportaban verduras. Un chico viajaba a mi lado custodiando los alimentos y mirándome con cara de desconfianza. Por mi parte, le sonrío al cruzar miradas, "total quizás se afloja", pienso. No ocurre en todo el trayecto. Finalmente, el hombre que manejaba me dice: "nosotros ahora tomamos para el otro lado". Eso significa que me tengo que bajar. Y así lo hago. Pero entonces, la mujer se me queda mirando extrañada cuando le digo: "Gracias!", y murmura algo así como: "Pasaje". Asumo que me quiere cobrar y entonces sigo haciéndome el tonto hasta que me dice: "un sol". "Carera", pienso, pero me la banco y garpo. Sé que no voy a poder hacer dedo en Perú sin correr el riesgo de tener que pagar de todos modos.

2 comentarios:

Antropoloco! dijo...

Jajajaja! Muy buena la anécdota Fer pero es que es así el dedo en Bolivia y en Perú el 90% de las veces. Espero verte prontito amigo, he leído tus cosas y veo que como el vino, la pluma se pone más sutil y más sabrosa con los años. Brindo con vino de tinta por eso.
Ya te agregué a mis blogs hermanitos!
Un abrazo grande!

FerchuM dijo...

Fedeeee!! Gracias por tus palabras y tu brindis, aunque igual vino y tinta mejor no confundirlos! jeje
Pronto estaré visitando ese blog prometedor que tenés!
Abrazo!!!