sábado, 21 de junio de 2008

El día más corto del año

Sintió una punzada de frío en la pierna derecha, como si alguien acabase de clavarle una estalactita sin el menor remordimiento. Atinó a meter la pierna debajo de las frazadas y se acurrucó lo más que pudo como para compensar el calor perdido. Sintió que algo de luz había, pero el frío lo hizo remolonear en la cama unos segundos.
Cuando no le quedó otra alternativa que aventurarse fuera de la cama para poder deshacerse de ciertos líquidos renales, se emponchó con todo lo que encontró en la silla ubicada al lado de su cama y arrastró las pantuflas hasta la puerta del baño más distante de su habitación, el que tenía el calefactor eléctrico. Luego de prenderlo, y esperar que la atmósfera adquiriese una temperatura digna, hizo lo suyo.
Se miró en el espejo el pelo enmarañado, las lagañas en los ojos, los labios resecos por el frío y la piel de gallina en las pocas partes desnudas de su cuerpo, y tras asegurarse de que más allá de eso no había cambios que pudieran preocuparlo, como sí ocurriría si por ejemplo se descubriese convertido, sin explicación alguna, en un insecto, o peor aún, amaneciese con sesenta años de más, se lavó los dientes, se lavó la cara y salió del baño.
Notó inmediatamente que la luminosidad que había visto segundos atrás ya era apenas perceptible, y para cuando alcanzó el picaporte de la puerta de su habitación la luna ya reinaba en la oscuridad plena de la noche. Se desvistió lo más rápido que pudo y se acostó a dormir.
Se felicitó por la proeza. Acababa de sobrellevar el veintiuno de junio, el día más corto del año.

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