jueves, 4 de diciembre de 2008

La entrevista

Siente al instante que es el que sigue, pero no sabe si está preparado. Como queriendo prolongar los segundos que vienen a continuación prende un cigarrillo, pero lo deberá apagar al instante, porque efectivamente, como lo presintió, lo llaman.

Antes de ingresar se asegura de que su pelo no esté muy desprolijo, su ropa no esté arrugada y su bragueta no esté abierta. Mira sus zapatos y vuelve a tener la impresión de que tal vez no están lo suficientemente lustrados, lamentándose por enésima vez no haberles puesto pomada o al menos haberle pasado una franela o cepillo. De cualquier modo, se tranquiliza al pensar que no le van a negar el trabajo por los zapatos. Es la actitud la que tiene que sobresalir.

Abrocharse el saco es la cábala que usará para enfrentar lo que lo esté esperando en el interior de ese cuarto. Ya han pasado diez personas antes que él, y no ha tenido la ocasión de preguntarles qué tal era el asunto porque todos habían salido corriendo tapándose el rostro. Se comporta como un chiquilín, había pensado al ver el primer caso, al segundo había parado el oído. Al tercero ya estaba horrorizado y con ganas de salir corriendo también él.

Ahora, por el altoparlante, su nombre lo llamaba a enfrentar a los entrevistadores. El suspiro previo a entrar, ese último intento del cuerpo de hacer creer que no pasa nada, que ya está, que todo ya terminó, pero que en el fondo se sabe bien que el asunto recién empieza, y que aún hay mucho sudor por transpirar. La puerta se cierra a sus espaldas y ya se encuentra adentro del recinto.

Un salón rectangular, con una gran mesada al final y cinco individuos sentados en unos asientos de madera de respaldo elevado, con águilas y demonios tallados en sus contornos. Sus miradas son como golpes huecos. No puede verse nada a través de ellos, salvo vacío e incomprensión. En sus rostros sobresale la dureza del quebracho y la frialdad de los vientos matutinos del invierno. Hay hombres y mujeres, pero podrían ser todos de un mismo sexo, distinto al masculino y femenino, un tercer sexo alejado de cualquier parecido con estos conocidos.

Se acerca con respeto y espera a que alguien lo invite a sentarse, pero los cuerpos están inmóviles, expectantes, analizando cada resquicio de su alma que se escapa a través de sus movimientos, sus vestimentas, sus miradas o evasiones. Asume que no lo invitarán a sentarse, por lo que, previo murmurar la palabra “permiso”, se sienta.

-¿Está cansado? –pregunta de inmediato el que está sentado justo enfrente.

-No… -responde un poco abatido por la pregunta.

-¿Entonces por qué se sentó? –interroga el vecino inmediato de la derecha.

-Bueno… eh… porque… ejem… yo… disculpe, no sabía…

Se levanta como si tuviera un resorte en las nalgas.

-¿Ya se va? –interpela la de la punta de la izquierda.

-No… es que… como dijo… -A esta altura la confusión lo deja sin palabras.

-Siéntese entonces –le ordena el individuo sentado enfrente. Inmediatamente, sin girarse hacia los demás, menciona:- Cornetone, página tres, número de inscripto treinta y dos.

Los cinco miembros del “jurado” miran a la vez las planillas que tienen enfrente y escriben. Dos de la derecha se acercan entre sí y se dicen cosas al oído, mientras señalan los zapatos del entrevistado. El que escucha niega con la cabeza. Cornetone comienza a transpirar.

-¿Está recibido?

-Sí, de abogado.

-¿Quién le preguntó?

-Usted… -responde con asombro.

-No mienta, Cornetone. Yo no le pregunté de qué se recibió. No me haga decir cosas que no dije –exclama con una leve irritación en su voz el entrevistador del medio.

-No, es cierto, disculpe.

-Se contradice –murmura alguno de la derecha. De inmediato, todos anotan algo.

-Fue un mal entendido –trata de explicar.

-Usted es un mal entendido. Yo entendí perfectamente –afirma el que se encuentra más a la derecha.

-Yo también –agrega la de más a la izquierda.

-Generaliza –murmura alguno y todos a la vez hacen anotaciones.

-No, lo que pasa es que, generalmente, cuando…

-¿Qué hace en sus tiempos de ocio?

-Digamos que…

-Yo no dije nada –aclara el que está enfrente suyo.

-Yo tampoco –dice el que está sentado a su lado derecho.

-Diga usted, no nos involucre.

-En mis tiempos de ocio, leo…

-¿Alguien le preguntó el signo zodiacal? –Todos niegan con la cabeza.

-No, me refiero a que leo, de leer. También escucho música, voy al cine, hago deportes.

-Y ya que sacó el tema, ¿de qué signo zodiacal es?

-Ehmm…. No recuerdo muy bien… Tauro, creo.

-Pero si recién dijo que era de Leo –manifiesta con sorpresa la de más a la izquierda. Mira a sus compañeros entrevistadores buscando una explicación. Finalmente, retorna la mirada sobre el entrevistado.

-No, no… dije que leo.

-Por eso. No puede ser de Tauro y de Leo. Tiene que elegir uno.

-Pero el signo no se elige, es del día en que uno nace –responde comenzando a exasperarse. No sabe cómo hacer para que lo entiendan.

-¿Qué dice, Cornetone? Me está asustando. Uno elige el signo cuando nace. ¡Por eso uno elige cuándo nacer! ¡Por el signo zodiacal! –exclama el que está sentado enfrente suyo.

-Exacto. Es como elegir a un presidente, salvo porque a este último uno lo puede ver en la televisión, en cambio al signo zodiacal no –acota el de más a la derecha.

-¿Usted mira la televisión, Cornetone?

-Sí… miro televisión... pero…

-Sin ánimos de entrar en discusiones banales, y no obstante la cruda realidad de los límites residuales, que, y permítanme tomarme el atrevimiento de dar por establecido que la ignorancia social se contagia con una mala prensa, en lo que, bueno, estimo que ya saben, no es mi intención abrumar a quien defienda la idiosincrasia del partido opositor.

-¡Sí, completamente de acuerdo! –adhiere el de la izquierda.

-Sus palabras son mis palabras –dice la de más a la izquierda.

-Claro que sí. No por nada las gaviotas que se lanzan a volar hacia el mar regresan a tierra firme –acota el de más a la derecha, recibiendo como respuesta un cabeceo afirmativo del individuo enfrentado al entrevistado.

-Personalmente, si tuviera un estetoscopio me haría bombero. No así si tuviera manguera. Ahí no dudaría en hacerme médico.

-Pero qué sentido tiene que a la vaca lechera se la obligue a producir soja, si solo puede producir roast beef.

-A veces considero que es un claro ejemplo de lo que la brutalidad policial genera en las mentes débiles de cuerpos inflados por aparatos de gimnasio. Pero no quiero que piensen que opino que la televisión es un arma de doble filo. Sin ir más lejos, la vez pasada, mi hijo quedó electrocutado cuando pretendió golpear al vecino con el televisor.

-Televisores eran los de antes –agrega uno.

-Yo igual siempre dije que antes eran los de antes, en cambio, ahora… ahora es hoy. No habría que confundir el pasado de hoy con el presente de ayer. Correríamos un gran peligro sino.

-No entiendo de qué están hablando –logra decir Cornetone en el momento en que todos han quedado meditabundos.

Un silencio repentino invade el salón. Los cinco entrevistadores, que debatían olvidando la presencia del entrevistado, dejan de mirarse y guían su vista al pobre Cornetone, que a esta altura del partido no sabe si reír o llorar.

-¿Qué es lo que no entiende, Cornetone?

-¿Acaso no advierte que lo que discutimos es una cuestión de carácter existencial? –dice la de la izquierda

-No…, discúlpenme… solamente, decía que…

-Me agravia Ud., Cornetone –murmura con un dejo melodramático el entrevistador que está justo enfrente suyo.- ¿Por qué no habla claro con nosotros? No le pedimos que dibuje un pato bajo la lluvia para ver si le hace el paraguas. Consideramos que hablando se entiende la gente.

-Pero les juro sobre lo que más quiero que yo no pretendo…

-Vamos Cornetone, cómo se atreve a jurar por sobre lo que más quiere. Acaso no sabe que madre hay una sola. Y que fue la luz de sus ojos.

-Pero yo no dije que mi mamá… -responde angustiado.

-Ay, es terrible cuando un hijo abandona a una madre, y peor cuando por juramentos es capaz de aceptar que algo terrible le pase.

-¿No se da acaso cuenta la cantidad de disgustos que probablemente le ha ocasionado y ella no obstante siguió amándolo como a ninguno? ¿No le da vergüenza, acaso, no sentir piedad por esa mujer que lo dio todo por su bienestar personal, Cornetone?

-Disculpen, pero no entiendo cómo es que llegamos a este punto… -Está desesperado, la voz comienza a temblarle.

-¿Tiene problemas de memoria, Cornetone? Piense un segundo, vamos, piense, recuérdela. Es usted un mal hijo, Cornetone, abandonarla durante tantos años y recordarla cuando ya estaba bajo tierra.

-Esas lágrimas no alcanzan para pedir perdón. Ese es el llanto del heredero. El verdadero llanto es el que la acompaña en los dolores de la vida, y no cuando ya no está más.

-Pero si mi madre esta viva… vive en Lanús Este... ¿de qué me están hablando?

-De que es usted un amargado, un desagradecido que desconfía de los demás porque es un egoísta, porque cree que su vida es suya y de nadie más.

-El individualismo generó esta sociedad carnívora. Ahora cualquiera está al acecho. Uno ya no sabe si es víctima o victimario. Usted se hace el incomprendido, pero es el verdadero asesino. El cruel mentecato que roba los momentos dulces de la gente inocente.

-Pero yo soy un hombre bueno… solo quiero un puesto de trabajo.

-Hombre bueno las pelotas, Cornetone –brama el que está justo enfrente.-. Usted es un abobado necio sin sentido que sólo busca el daño de los seres queridos para lucrar con sus desgracias. Y lo que más le molesta es no darse cuenta de que tras el manto de oveja del rebaño es un reverendo lobo desgraciado que solo piensa en devorarlas a todas.

-Váyase, Cornetone. No queremos verlo más. No es que sea usted, somos nosotros. Necesitamos un tiempo para pensarlo. Haga de su vida un pito, o de su pito una vida. Conozca mujeres, juegue al fútbol con amigos, coma más asado y menos achuras para que no le suba el colesterol. Va a ver como con el tiempo todo se olvida, desde que es un mal hijo hasta que rechazó un trabajo por narcisista. El día que lo comprenda se acordará de nosotros y nos entenderá. Ahora no está lo suficientemente capacitado para desempeñarse labor alguna en nuestra organización, pero cuando decida regresar le abriremos los brazos cual hijo pródigo.

Cornetone llora. De angustia llora. De incomprensión. De ignorar acerca de lo que están hablando. De sentir que no lo entienden, que no lo dejan explicar lo que siente, lo que tiene para decir. No sabe cómo reaccionar. Las caras son de piedra, son herméticas. Siente que está solo, que no son hombres, que son bustos sin vida, y que nadie lo está viendo. La soledad se clava en su corazón. Necesita compañía, necesita una palabra dulce, aunque sea una. Y ahí no hay nadie que pueda dársela. Ese lugar es frío, es vacío, amargo, es ilógico, inexplicable. Necesita salir y lo hace. Sale. Corriendo sale, sin importarle que los demás lo vean salir así, corriendo, llorando, necesitando de una madre o un amigo o una novia a quien abrazar.

Los entrevistadores intercambian miradas, observan sus anotaciones.

-Cornetone puede andar. Es un poco previsible pero puede andar.

-Es que el hecho de que un libro que leíste no te haya gustado no quiere decir que el que leas a continuación te guste.

-Menos mal que todavía la gente se entiende.

-Menos mal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy delirante, me gustó. En un momento pensé que te habías olvidado de poner una parte, pero cuando descrubrí que no, fue que me di cuenta de qué se trataba y empecé a entender el asunto.

Es una crítica interesante, con una dosis de humor siempre presente que ya es una marca del autor. Valió la pena la espera, ahora estamos aguardando comentarios (en el blog del grupopelle tenes que poner link a este)y deseando, sin apuro, nuevos textos.

Abrazo y felicitaciones, me enteré que su año facultativo terminó con éxito.