viernes, 25 de enero de 2008

La Salamanca

Caminaba de prisa hacia el rancho donde estaba parando en una noche más oscura que la vida privada del intendente de la zona. El hecho de que no hubiera luna generó que un manto oscuro cubriera la totalidad del cerro, y la única manera de poder caminar sin tropezar era aguzando los sentidos al máximo y realizando pasos mínimos. El cerro se volvía escabroso y las piedras comenzaron a tornarse peligrosamente resbalosas en el momento en que una ligera lloviznita veraniega se volvió un crudo temporal. De modo que la bajada fue acompañada de un fango y pedregal difícil de tratar.

Afortunadamente, conseguí alcanzar la base, y en pleno diluvio me mandé por el valle, con el mayor de los cuidados. Sentía como mis pisadas se sumergían en un terreno fangoso, casi como si caminara sobre un campo cubierto de bosta fresca, y así pasé un buen rato, hasta darme cuenta de que la lluvia, la falta de estrellas, un par de resbalones inesperados y la circunstancia de no ser baqueano, me habían logrado confundir y ya no tenía la menor idea de hacía donde debía ir.

En plena quietud, como la que adquiere un chango cuando escucha a la madre llamarlo por el nombre completo, traté de aguzar el oído e intentar oír más allá de lo que me permitía la lluvia y los silbidos del viento que varias veces amenazó con volarme el sombrero para siempre. Y fue en esa pausa en mi caminar que oí a lo lejos, unos lejanos sonidos, como cantos y rasguidos de guitarra.

Movido por la curiosidad comencé a caminar hacia el lugar de dónde creía oír que provenía aquella música. La oscuridad no cedía, ni tampoco veía luces, ni figuras recortadas en la lluvia, pero las voces se hacía a cada paso más nítidas, más claras, y pronto comencé a sentir un payador arpegiando, un bombo acompañando, risas de mujeres, murmullos de muchas voces hablando a la vez. Definitivamente debía andar cerca de algún lugar donde se celebraba una peña o una fiesta, pensé. Pero no lograba ver nada más allá de los pasos que dejaba marcado en el barro.

¿De dónde venían esas voces? ¿Por qué la lluvia no frenaba el canto y el jolgorio que cada vez se tornaba más frenético? ¿Acaso había algún rancho o pulpería que los resguardaba de la tormenta? Inútilmente hice y deshice caminos para encontrar el lugar de dónde venían las voces, ese refugio donde poder resguardarme del temporal.

De repente, un galope me hizo virar y noté un resplandeciente caballo blanco con un gaucho también vestido de vestimentas igual de límpidas cortar la lluvia a medida que se acercaba hacia donde yo estaba. Procuré con señas llamar su atención para que me viera, pero sentí en mi interior que ya había sido observado desde hacía mucho tiempo y recién ahora, por su decisión, venía a mi encuentro. Tiró de las riendas del equino y me miró desde su montura con altanería. Misteriosamente sentí que la sangre se me helaba ante semejante mirada, penetrante, tenebrosa, diría casi diabólica.

Luego de intercambiar un par de palabras me ofreció entrar en La Salamanca. Le expliqué que no tenía la menor idea de lo que me estaba hablando, y me dijo que la Salamanca era el lugar del que provenían las voces, risas y guitarras que estaba oyendo. Miré hacia todas partes buscando en donde no había la dichosa Salamanca. Desde ya, fue en vano. Pero muy sonriente, el gaucho desconocido, me arrojó un rosario y me aclaró que solo debía escupirlo para poder entrar. Acto seguido, sacó de su bolsillo una virgencita y le encajó un certero escupitajo.

Como por arte de magia, de entre la oscuridad y las lágrimas del cielo, advertí como se iba haciendo cada vez más y más fuerte una luz de un portal de una suerte de pulpería. En el interior pude vislumbrar una gran cantidad de gente cantando en un estado de ebriedad importante, mirando a un guitarrero payando, algunas chinitas bailaban sonrientes y con una sensualidad increíble. Todo era alegría en el interior de aquel lugar, y a nadie parecía importarle que afuera del rancho estuviera cayendo el diluvio universal.

El gaucho de vestimentas blancas, luego de entrar, me hizo un gesto desde el interior para que lo siguiera. Pero me quedé quieto, bajo la lluvia, mirando desde la distancia. Eché un vistazo el cristo que llevaba en la mano, y el sufrimiento de la cruz me generó unos sentimientos de repugnancia hacia la gente que celebraba en aquel lugar. Por un momento, me compadecí de esa imagen triste que tantos penitentes cuelgan en sus cuellos, casas y le dedican plegarias. Respiré hondo, y pese a no ser un ferviente creyente de religión alguna me colgué el rosario alrededor del cuello.

El gaucho, rabioso, tras echar una sarta de palabras impropias de un hombre educado, cerró las puertas y de inmediato dejó de oírse el canto, las risas, los murmullos. La luz se fue apagando hasta desaparecer. Y casi en un abrir y cerrar de ojos ya no hubo más fiesta, ni rancho, ni Salamanca, ni nada de nada. También, y casi como por arte de magia, paró de llover. Quedé helado, completamente paralizado, en un estado de estupefacción absoluto. Había vivido lo que cualquier gaucho o lugareño llamaría "cosa'e mandinga".

A la mañana siguiente, y todavía sin poder creer lo que había pasado aquella madrugada, al salir el sol busqué la explicación de lo que había ocurrido en los rastros en el suelo fangoso. Nunca pude hallar las pisadas del caballo que dirigía el gaucho, sólo mis pisadas que iban y venían, y unas pisadas de cabra que desaparecían en donde por la noche había un rancho del que provenían cantos, risas y murmullos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece que la estadía en el noroeste argentino ha incitado a este joven pero ya experimentado escritor a volverse tierra adentro. Nos conduce así, en este cuento, al encuentro con una de las más arraigadas creencias populares, aquella que señala el lugar donde, se cree, habita el supay: La Salamanca.

Me gustó mucho el cuento, ojalá sea el primero de una serie que siga en esta tónica de búsqueda, de rescate y de reivindicación de las creencias populares.

Te dejo una chacarera de Peteco que habla precisamente de un hombre que anda buscando la Salamanca. El tema primero era instrumental, tiene ya varios años, pero hace poquito salió la versión con letra.

FORTUNA, FAMA Y PODER
(Peteco Carabal)

BUSCANDO LA SALAMANCA
HASTA LOS MONTES LLEGUÉ
FUI PIDIENDO PARA MÍ
FORTUNA, FAMA Y PODER
LA NOCHE ENVOLVIÓ MI SOMBRA
ANTES DEL AMANECER.

UN GALLO CON PLUMAS DE ORO
CANTANDO ME ABRIÓ UN PORTAL
ALLÍ DENTRO PUDE VER
LOS PÁJAROS DESPERTAR
CON SUS TRINOS ME ENSEÑARON
A SENTIR LA LIBERTAD.

YO SOY EL ÁRBOL MÁS VIEJO
QUE EXISTE EN ESTE LUGAR
MUCHOS SIGLOS DE RAÍZ
ME OTORGAN LA FACULTAD
PARA SER QUIEN TE RECIBA
EN AUSENCIA DE SUPAY.

DE LEJOS SE ESCUCHA UN BOMBO
ES OCRE DE ATARDECER
PIE DESNUDO UN VIENTO GRIS
SU GIRO NOS HACE VER
EN EL AIRE HAY CHACARERAS
QUE REGRESAN DEL AYER.

DE A POCO FUI CONOCIENDO
SECRETOS DEL SOCAVÓN
QUE NO HAY PLANTA NI ELIXIR
QUE SIRVAN PARA EL AMOR
QUE HAY UN TIEMPO QUE ESTÁ UNIDO
CON LAS MEMORIAS DEL SOL.

UN HOMBRE INCENDIÓ SU PUEBLO
ENFERMO Y CREYÉNDOSE
CUÁNTOS MÁS DAÑAN A DIOS
Y MUEREN SIN COMPRENDER
QUE ESTÁ EN LA NATURALEZA
LA EXCELENCIA DEL PODER.

LA FAMA ES LA GLORIA ETERNA
QUE ALGUNA VEZ SUCEDIÓ
EL DINERO PUEDE SER
TAL VEZ UNA CONDICIÓN
LA FORTUNA ES EL TESORO
QUE RESGUARDA EL CORAZÓN

DE LEJOS SE ESCUCHA UN BOMBO
ES OCRE DE ATARDECER
PIE DESNUDO UN VIENTO GRIS
SU GIRO NOS HACE VER
EN EL AIRE HAY CHACARERAS
QUE REGRESAN DEL AYER.

FerchuM dijo...

Muchas gracias Ramón por la chacarera! La verdad es que no la conocía, y es muy buena.
Y no te desalientes, que algún día retomo nuestros mitos y leyendas.